Aín, entre fuentes y montaña

Al abrigo de la Serra d’Espadà se esconde un rincón donde agua y tierra se funden en un paraje y en el que los alcornocales han sabido imponerse al paso del tiempo. Un lugar donde todo gira en torno a su plaza nueva y en el que las fuentes dan nombre a un topónimo que nos recuerda que estamos en tierras fronterizas entre árabes y cristianos.

Aín, un pequeño pueblo del interior de Castelló, con apenas un centenar de vecinos censados recibe a sus visitantes con el tradicional y pantagruélico «esmorzaret». Las mejores viandas para ciclistas aguerridos que no temen las pendientes más pronunciadas y senderistas amantes de la naturaleza.

Ahín, un rincón en plena Serra d’Espadà.

Dosenelcamino se ha perdido entre sus empinadas y angostas calles, donde la vista y el oído se unen en un solo sentido que nos impulsa a escuchar atentamente el rumor de sus fuentes y observar el colorido de sus numerosas macetas que aquí y allá serpentean a la espera del visitante curioso.

Calle empedrada con numerosas macetas de los vecinos.

Nos acercamos a este bello rincón en plena canícula, con las chicharras a pleno pulmón, pero no es obstáculo. Para ello, hay que pertecharse de una buena mochila en la que no puede faltar la botella de agua y, por su puesto, una cámara (ahora cualquier móvil nos sirve, pero no es lo mismo) con la que inmortalizar los momentos únicos que, a buen seguro, nos dejará un paseo por Aín.

Castillo de Ahín.

Es recomendable la visita al castillo de origen árabe que desde una impresionante atalaya todo lo observa. No se encuentra en el mejor de los estados posibles, pero sí nos da una idea de la importancia de este enclave fronterizo entre los dos mundos (el árabe y el cristiano) que convivieron durante siglos en la península ibérica y del que hay numerosos vestigios en cada rincón de nuestro territorio.

El recorrido se antoja sencillo en sus primeros metros, pero es solo un espejismo de lo que, a continuación, nos tiene deparado. El senderista avezado puede pensar que no es empresa esta tan compleja como aquí se narra, pero sí que es cierto que los últimos metros se endurecen y más aún bajo una calor sin piedad que hace mella enseguida en el caminante poco experimentado. En cualquier caso, quién dijo que la aventura no cuesta… y aquí hemos de empezar a pagarlo.

Alguien muy sabio me advierte de que estamos entrando en un mundo donde las hadas y los trasgos son sus verdaderos y únicos señores, y el turista ocasional un invasor que debe adaptarse. Las mariposas nos reciben a cada paso que damos.

Los alcornocales nos señalan el camino a la cima. Estamos llegando. Poco a poco, el aire se hace más fresco. Por fin, se divisan las ruinas de una de las torres. Un poco más adelante se dibuja lo que antaño fue un imponente castillo. Ante nosotros, la montaña. La diosa que todo lo ve y a la que todos debemos pleitesísa. Nos sentimos privilegiados por estar bajo su manto.

El camino al castillo.

Pero además del castillo es muy recomendable visitar los numerosos molinos que circundan la villa. Algunos han sido reformados por particulares y nos muestran el esplendor de antaño de unas construcciones que durante siglos fueron los verdaderos motores de la economía de la zona.

Pero el viajero también debe descansar y nada mejor que hacer parada en la plaza del pueblo. Verdadera ágora donde se reúnen los vecinos y en la que el único bar del municipio sirve tanto de punto de encuentro como del anhelado refrigerio en pleno verano.

Dejamos Aín con la esperanza de regresar cuando las hojas se tornen del ocre carecterístico del otoño para recorrer alguno de sus senderos. Estamos deseando. Hasta la próxima parada.

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