Nuestro viaje por el Baix Empordà finaliza en Pals. Desde Peratallada, dosenelcamino.blog se dirige a este importante enclave agrícola de creciente atractivo turístico por su atractivo núcleo histórico.

Plaza Major de Pals.

Se encuentra a unos 8,5 km de Peratallada por la GI-651. El recorrido entre villas y fincas agrícolas es un reclamo para los sentidos. Pese a que nuestro viaje se celebra en pleno verano, disfrutamos del paisaje que el interior de la Costa Brava nos ofrece.

Aparcamos en una zona habilitada a los pies del llamado El Pedró, núcleo histórico de gran riqueza por sus calles agrestes y estrechas. Se trata de un entramado medieval en excelente estado de conservación que invita al visitante a perderse. Una visita al pasado medieval de esta comarca que no deja indiferente.

Nos adentramos en callejuelas adoquinadas que dan paso a numerosos arcos y torres. La más destacada es la Torres de las Horas. Una construcción circular que formó parte del antiguo castillo. En su punto más alto se encuentra el mirador Josep Pla, en reconocimiento del conocido escritor, natural del cercano municipio de Calella de Palafrugell.

Otra de las visitas obligadas es la iglesia de Sant Peré, con más de mil años de historia. Como gran parte del patrimonio histórico, recoge diferentes estilos arquitectónicos, de base románica hasta detalles góticos y barrocos.

Entramado de galerías y pequeñas tiendas artesanales

El recorrido por el núcleo histórico de Pals nos sumerge también en un entramado de galerías y pequeñas tiendas artesanales, que descubren al visitante la riqueza artística de esta tierra y sus recursos naturales. Pararse y curiosear en estos locales es una invitación a relacionarse con las gentes de Pals y conocer su historia y su vinculación con la agricultura, especialmente con el arroz.

El serpentear de sus calles nos lleva hasta el punto neurálgico de la villa: su plaza Major. Lugar de encuentro en el que se ubica el ayuntamiento, además de restaurantes y locales para disfrutar de la gastronomía de la zona.

Casa Museo de Cultura Ca La Pruna

Desde la fortificada Casa-Museo de Cultura Ca La Pruna, se puede disfrutar de excelentes vistas de los campos de arroz que se extienden hasta la línea de costa. Un paisaje de un verde intenso que se mezcla con el azul del mar en una mezcolanza digna de ver.

Casa de Cultura.

Con esta visita, finaliza nuestro viaje al Baix Empordà, una tierra de contrastes que sumerge al visitante en una época medieval de ricos campos e influyentes familias que dominaron la comarca durante siglos.

Plaza Mayor o de Jaume I de Monells.

Nuestro viaje por el Empordà medieval nos lleva hasta Monells. Tras la visita a Peratallada, dosenelcamino sigue su recorrido por las tierras de esta comarca gerundense para hacer parada en este pequeño pueblo.

El viaje en coche es de apenas unos 20 minutos por la GI-644 desde Peratallada. Campos de cereal y verdes pinadas conforman el paisaje de este tramo de carretera, poco frecuentado pese a tratarse de un periodo estival.

A la entrada del municipio se nos informa de la posibilidad de utilizar dos aparcamientos gratuitos donde estacionar e iniciar el camino a pie hasta la entrada del pueblo.

La primera toma de contacto no nos defrauda, pese a que la visita a Peratallada dejó el listón muy alto. En apenas 200 metros un arco de entrada nos da la bienvenida en un suelo empedrado que nos confirma nuestras sospechas: nos encontramos en otro de los pueblos más bellos del Baix Empordà.

Macetas con frondosas plantas a un lado y otro de la calle de les Arcs nos obligan a hacer la primera parada para inmortalizar este bello rincón.

La plaza del Oli con sus impresionantes arcos y enredaderas nos retrotraen a la villa medieval por la que antaño transitaban mercaderes y caballeros.

A la izquierda nos encontramos con la plaza del Oli con sus impresionantes arcos y enredaderas que nos retrotraen a la villa medieval por la que antaño transitaban mercaderes y caballeros. La tranquilidad y la paz se apoderan del visitante en busca de sosiego. Nos limitamos a contemplar con deleite cómo se ha conservado hasta nuestros días este pequeño entramado de casones.

Plaza Mayor o de Jaume I

De aquí nos dirigimos al que, sin duda, es el punto neurálgico de Monells: su plaza Mayor o de Jaume I. Son muchos los que han visitado el pueblo por haberse rodado algunas de las escenas de la archiconocida película Ocho apellidos catalanes, secuela de la exitosa Ocho apellidos vascos.

Desde uno de los balcones de esta plaza, la tristemente fallecida Rosa María Sardà se dirigía a los presentes en la fiesta previa a la boda de Claro Lago mientras un apesadumbrado Dani Rovira hará lo imposible por evitarlo.

Plaza Mayor o de Jaume I de Monells.

Es fácil imaginar a la Sardà en una hipotética Cataluña independiente dirigirse a los numerosos asistentes que copan la plaza.

En un lateral de la misma, una réplica de la antigua unidad de medida que se empleaba en el siglo XIII nos recuerda el importante papel que Monells desempeñó en la compra-venta de cereales.

Una piedra caliza

Tanta fue su trascendencia que el propio rey Jaume I decidió en 1234 que su mitjera se utilizara como referencia en toda la diócesis gerundense. Se trata de una pieza de piedra caliza con dos aperturas para que pudiera bajar el trigo.

Tras un breve, pero intenso recorrido por el pueblo, llega la hora de disfrutar de los vinos de esta tierra de reconocido prestigio. Elegimos una de las numerosas mesas que en una esquina de la plaza nos ofrece uno de los pocos bares del pueblo. Una copa de vino blanco fresco nos ayuda a disfrutar del momento.

Después del merecido descanso, reanudamos nuestro recorrido por Monells perdiéndonos entre sus angostas calles. Y así, en un par de horas, llega el final de nuestra visita. Nos reafirmamos en la tranquilidad que nos envuelve y tras cruzar de nuevo por la calle de les Arcs, echamos la vista atrás para un último vistazo que nos permita recordar cada uno de los momentos vividos en Monells.

Nuestro recorrido por el Baix Empordà continuará en Pals.

Un viaje al pasado, a una tierra de castillos y señores feudales con calles empedradas y gruesas murallas de piedra. Esa es, probablemente, la primera impresión del viajero que decide perderse por l’Empordà medieval. Un lugar lleno de historia que esconde en cada rincón vestigios de su rico pasado patrimonial y artístico, reflejo de una etapa de expansión entre los siglos IX y XIV.

Un viaje que dosenelcamino inicia en la turística Palamós, con sus calas de aguas turquesas y su escarpada costa cubierta de extensos pinares.

Nuestra primera parada es Peratallada, a unos 20 minutos en coche por la C-31 y C-66. El recorrido corto, pero intenso, nos sorprende por el cambio de paisaje en apenas 17 kilómetros.

Dejamos atrás playas cristalinas y, poco a poco, nos adentramos en l’Empordà más agrícola y ganadera. La carretera, de fácil acceso, permite disfrutar de momentos de paz y relajación.

El ascenso a tierras más altas es suave y progresivo hasta que tras una curva pronunciada divisamos la torre de las Horas y un poco más allá la del Homenaje.

La entrada al pueblo solo se permite de forma peatonal por lo que es obligado aparcar el vehículo en un aparcamiento habilitado a la afueras del municipio. Hay que pagar una pequeña tarifa que bien merece la pena abonar.

Es obligado dejar el vehículo en un aparcamiento de pago a las afueras del municipio

Tras cruzar una pequeña riera, el visitante se da cuenta al instante de la belleza de tan singular lugar. Sus calles empedradas, su castillo y sus torres desafiantes al paso del tiempo nos ofrecen una buena muestra de la majestuosidad de Peratallada.

El entramado del núcleo urbano invita a un recorrido sosegado, disfrutando del momento y del lugar. Una invitación para trasladarse a la Girona medieval.

La primera parada es el castillo, situado en el centro del pueblo, fue declarado Bien Cultural de Interés Nacional en 1949. Ofrece un estado de conservación envidiable, fruto de la protección que a lo largo de los años ha mantenido tanto por parte del Gobierno como de la Generalitat catalana.

La torre del Homenaje es el elemento que más sobresale del complejo. De altura considerable, está construida de grandes sillares de piedra. Merece la pena detenerse y contemplar cómo desafía el paso del tiempo con una estructura sólida sobre una base rectangular.

Entramado de calles empedradas

El recorrido por el entramado de calles empedradas nos descubre otros sistemas defensivos de Peratallada además del castillo. Sus tres recintos amurallados dejan constancia de la importancia de este municipio durante la Edad Media.

Destaca la torre de las Horas, que recibe este nombre por albergar a partir del siglo XIX el reloj público de la población. Está permitida su visita y subir hasta el torreón desde el que se disfrutan de espectaculares vistas de toda la comarca.

Plazas porticadas

Pero si algo destaca durante la visita es el gran número de plazas porticadas que el viajero puede encontrarse. Una verdadera bendición para resguardarse de la canícula y del calor sofocante que nos acompañó durante todo el recorrido.

Otra de las plazas más interesantes es la del Aceite. Punto neurálgico de las numerosas almazaras que antaño circundaban este lugar. Un oasis de paz en un entorno de gran belleza de edificios de piedra de cuyas paredes cuelgan vistosas enredaderas.

La mejor heladería del mundo

Destaca una pequeña pastelería, especializada en riquísimas magdalenas que, a buen seguro, hará las delicias de los más exigentes. Pararse en este local y charlar de forma serena y tranquila con su dueña del rico patrimonio de este pueblo y su entorno es una más que recomendable actividad. De sus palabras destila el cariño que siente por esta tierra y su pasado.

Parada obligada es la considerada por Jordi Roca como la mejor heladería del mundo. Un rincón que invita a disfrutar de los sentidos con sabores impensables. Merece la pena probar, sin duda, el helado de flores. Situada en la calle Mayor del pueblo, la heladería Gelat Artesà es, probablemente, la mejor opción para paliar las elevadas temperaturas de este verano sofocante.

Entre sus calles también se encuentran numerosos restaurantes que ofrecen al viajero platos de la tierra para recuperar fuerzas después de un regreso al pasado por la Girona medieval.

La visita termina con el espíritu en paz y con el ánimo y el deseo de regresar cuanto antes a este pequeño rincón de l’Empordà medieval.

Qué ver en Sintra en un día

Panorámica del pueblo de Sintra con la montaña al fondo.

Visitar Sintra es adentrarse en un cuento de hadas y magos, de trasgos y leyendas en un entorno natural incomparable. Perderse por sus calles empinadas es un regalo para los sentidos.

Dosenelcamino inició su recorrido desde Lisboa por la autovía IC19, en un trayecto en coche de unos 30 minutos, pero es muy recomendable la opción del tren desde la estación de la capital.

Es en su pequeño casco histórico donde el visitante encontrará los mejores dulces, que harán las delicias de los paladares más exquisitos, y una oferta culinaria que tiene al bacalao como gran protagonista. Pero tras un breve recorrido por su entramado urbano, Sintra nos descubre sus grandes joyas.

La primera es el llamado Parador Nacional, situado en el centro de la villa: una gran construcción reconocible por sus dos cúpulas en forma de cono y sus arcos de medio punto. La entrada está presidida por una explanada desde la que se contempla al fondo imponente y desafiante el Palacio da Pena rodeado de una espesa arboleda de pinos.

Perderse por las calles de Sintra es un regalo para los sentidos

Para visitar el Palacio Nacional, como el resto de edificios de Sintra, hay que abonar una entrada. Se puede sacar la entrada aquí. Merece la pena un recorrido pausado por sus jardines (estos sí son gratuitos). El agua nos envuelve en cada uno de sus rincones.

El bullicio del exterior deja paso a un entorno relajante, que, por momentos, nos traslada a la espiritualidad de los jardines árabes, con sus fuentes y sus plantas aromáticas. Todo ello nos confirma la clara influencia de esta cultura a lo largo de los siglos en la península ibérica y que tuvo en Portugal una excepcional muestra.

Visita a la Quinta da Regaleira

Finalizada la visita a los jardines del Palacio Nacional, nuestro recorrido continuó por la que consideramos la gran joya de Sintra: la Quinta da Regaleira. Un paseo de unos 15 minutos andando (también se pueden alquilar los famososo ‘tuk tuk’), con muestras a un lado y otro de imponentes palacios, paradigma de la importancia de esta villa entre la aristocracia y la burguesía portuguesas durante siglos, nos lleva a su encuentro.

Al salir de una curva, la imagen que se nos descubre nos atrae poderosamente la atención. Un palacete que bien podría pasar por el mejor escenario de una película fantástica, donde, a buen seguro, damas, caballeros y dragones serían los protagonistas.

Es aconsejable obtener las entradas por internet. La mejor opción para evitar largas colas y dedicar el poco tiempo disponible a perderse por los sorprendentes jardines que rodean el palacio. También se puede sacar la entrada aquí.

Su construcción responde a la caprichosa admiración de Antonio Carvalho Monteiro, un millonario excéntrico, por la masonería y las modas arquitectónicas de principios del siglo XX de Europa y América.

La finca incluye, además del palacete, un vasto bosque con una gran variedad de árboles y flores, cuevas recónditas, fuentes, túneles escondidos y el inquietante Pozo Iniciático.

El agua nos acompaña gracias a un entramado de canales que horadan toda la montaña

A cada paso que damos nos sorprende una figura, una torre desde la que contemplar los bosques de Sintra, y paseos que nos adentran en un mundo mágico. El agua nos acompaña gracias a un entramado de canales que horadan toda la montaña. Solo cabe dejarse llevar y esperar en cada recoveco una sorpresa más. Y así es. Los jardines de la Quinta da Regaleira no dejan impasible.

Pero la gran sorpresa es, sin duda, la que llaman torre invertida o Pozo Iniciático. La entrada, angosta y baja, ya nos augura el paso a un mundo diferente.

Sus nueve pisos y su forma de caracol nos dejan sin habla. Y uno se pregunta quién ideó está desconcertante construcción y por qué. Una mirada hacia el fondo del pozo no es nada recomendable para los sufridores en silencio como yo del vértigo. Pero mereció la pena. Sin duda.

Es aconsejable sacar las entradas de la Quinta da Regaleira por internet para evitar largas colas

Tras recuperarnos de la primera imagen que nos regalaba la torre invertida, iniciamos el descenso, también angosto y estrecho, oscuro y húmedo. Nos recuerda al ambiente que tan magistralmente supo recrear Jean Jaques Annaud en su inolvidable El Nombre de la Rosa.

Nos adentramos en un mundo masónico, de rituales secretos, escaleras y túneles. Se cree que el pozo era el escenario para la iniciación de los nuevos masones, con sus nueve giros que nos hablan del infierno de la Divina Comedia de Dante.

El goteo incesante del agua que brota de la roca nos acompaña durante el descenso hasta que al final nos introducimos en el que bien parece un laberinto. Galerías en las que los aspirantes a formar parte de la sociedad secreta de la que Carvalho era uno de sus principales exponentes se reunían e iniciaban su proceso iniciático. Uno de estos túneles finaliza en un pequeño lago con una cascada. Punto obligado para hacer parada y escuchar el sonido del agua.

La salida al exterior por otro de los túneles nos sitúa de nuevo en el jardín. Es el caprichoso destino que marca el diseño de este singular espacio verde, lleno de referencias mitológicas y masónicas.

La Quinta da Regaleira es un lugar que no deja indiferente, que nos envuelve con su misticismo y sus poderes ocultos

Por último, recorremos las estancias del palacete. Residencia del excéntrico Carvalho, con su biblioteca, habitaciones y torre octogonal. Enfrente se sitúa la capilla del complejo.

La Quinta da Regaleira es una visita imprescindible que recomendamos sin dudar. Un lugar que no deja indiferente, que nos envuelve con su misticismo y sus poderes ocultos. Disfruten y déjense llevar.

La visita a Sintra culminó con un recorrido por el Palacio da Pena. Un imponente castillo, cuyos colores sorprenden al visitante acostumbrado a otro tipo de construcción, más sobrio. Fue ideado como residencia de verano del rey Manuel I. Se encuentra ubicado en la segunda colina más alta de Sintra. Desde su privilegiada posición, las vistas son espectaculares. A un lado, las montañas; al otro el océano.

Si quieres una visita guiada pincha abajo:

https://www.civitatis.com/es/sintra/?aid=12339

Londres en navidad (1ª parte)

Son muchos los Londres, tantos como visitantes. Es por ello que desde dosenelcamino no te vamos a decir dónde ir, qué ver o cuándo viajar a esta ciudad cosmopolita como pocas en el mundo. Eso sería muy fácil.

Te vamos a contar cómo la hemos sentido en un recorrido fugaz de apenas cuatro días; insuficientes, pero intensos. Llenos de anécdotas que queremos compartir para que tú, lector, las hagas tuyas y, algún día, puedas disfrutar cómo nosotros lo hicimos. Este post es el primero de una serie sobre nuestro viaje.

No aconsejamos ni pretendemos; solo intentaremos perdernos por sus calles y ambientes en un viaje al que te invitamos a acompañarnos.

Un viaje por sus plazas y mercados, su inolvidable feria de navidad, sus grandes avenidas comerciales, su sorprendente barrio chino y su inolvidable Piccadilly Circus.

Un embarque más sencillo de lo esperado

Nerviosos e ilusionados iniciamos nuestro particular periplo. Muy temprano nos dirigimos al aeropuerto, donde, afortunadamente, el embarque fue más sencillo de lo esperado, gracias, sobre todo, a que nuestro equipaje se limitó a una mochila que subimos al avión sin problema y que nos evitó las siempre enojosas esperas. Pasado el control de aduana, ya nos sentíamos un poco más cerca.

El avión salió con puntualidad (casi) británica. La voz impersonal del comandante nos anunciaba al cabo de casi tres horas que habíamos aterrizado en el aeropuerto de Stansted en un día cubierto de nubes, plomizo, muy londinense.

El viaje se inició hace un par de meses, con los preparativos, pero tras pisar la pista del aeródromo la emoción de ver hecho realidad nuestro sueño se hizo más patente en nuestros rostros. Ahora sí. Estábamos en Londres y teníamos casi cuatro días por delante.

El frío y la humedad nos recibió nada más salir del reciento aeroportuario. Pronto encontramos la línea de autobuses que por unos 20 euros por persona nos trasladaría al centro de Londres. El trayecto, de unos 40 minutos, nos pareció eterno. Eran muchas las ganas de pasear por la calles de esta gran ciudad.

Tras apearnos en la parada indicada (no era la mejor opción, pero bueno…), Mr. Google nos indicó el camino a seguir para llegar a nuestro hotel. Otros cuarenta minutos andando… Calles y aceras estaban mojadas.

Trazos amarillos advertían a peatones y ciclistas, que impertérritos al frío y la lluvia se desplazaban de un punto a otro

De los bares salían voces que parecían darnos la bienvenida, mientras los viandantes con los que nos cruzábamos iban de un lado para otro, ocupados en sus quehaceres, sin que nuestra presencia pareciera importarles mucho.

Cruzábamos con precaución, atentos a esos coches que «incomprensiblemente» se nos acercaban por la izquierda. Trazos amarillos advertían a peatones y ciclistas, que impertérritos al frío y la lluvia se desplazaban de un punto a otro.

Escaparates, anuncios y edificios no dejaban de sorprendernos. Al cabo de un rato, alcanzamos nuestro hotel. Impersonal y caótico, pero céntrico. En la recepción, una mujer nos recibió tras una mesa llena de posits de colores llamativos.

En las paredes, mapas del metro y de la ciudad creaban un ambiente de camarote de los hermanos Marx. Sobre nuestras cabezas, un monitor partido en múltiples ventanas mostraban incesantemente distintas dependencias del establecimiento.

Agradecimos el calor de la estancia. Veníamos ateridos de frío y algo mojados. Nada más entrar, el suelo enmoquetado (ya tan olvidado en nuestras ciudades) nos sorprendió.

La recepcionista nos acompañó a una sala contigua para dejar nuestras mochilas. Fue al salir de esta habitación cuando el crujir del suelo de madera a cada uno de nuestros pasos nos volvió a sorprender. Nos miramos con una sonrisa cómplice, de niños en su primer día de colegio.

Al salir del hotel, la lluvia había cesado, pero la humedad lo cubría todo. Con ánimo y ganas por descubrirlo todo, nos dirigimos a la estación de metro más cercana.

La tarjeta Oyster es una especie de salvoconducto que nos llevaría a todos los rincones de Londres

Nos adentrábamos en una Babel subterránea. Voces de varios idiomas llegaban a nuestros oídos ávidos de entender algo, de participar en conversaciones ajenas y formar parte de este enjambre llamado «subway» del que salían decenas de personas.

Lo primero fue conseguir las tarjetas de transporte Oyster. Una especie de salvoconducto que nos llevaría a todos los rincones de Londres. Un sistema ingenioso y, sobre todo, práctico para visitantes y londinenses. Recargable y fácil de usar, esta especie de bonometro nos abría las puertas a un mundo paralelo en el subsuelo de la ciudad.

Escaleras sin fin nos trasladaron a pasillos interminables para desembocar en andenes grises y antiguos, llenos de gente que despreocupados por lo que pasaba a su alrededor esperaban la llegada del metro.

Todos formábamos parte de un escenario multirracial, donde se mezclaban palabras de diferentes idiomas y culturas. El joven con cascos y gorra tecleaba en su móvil con desenfreno, mientras a su lado una mujer con la cabeza cubierta con un velo no dejaba de mirar el túnel oscuro del que en 2 minutos llegaría nuestro tren.

Un fuerte ruido, de fricción metálica, llegaba por nuestra derecha. El subway hacía su entrada a una velocidad excesiva, casi suicida, con esa forma característica que le da nombre. De su interior salieron en tromba una decena de viajeros que se hacían hueco ante la muralla humana que esperaba entrar.

Ya en su interior, nos sentimos parte de esa masa que se desplaza de un lugar a otro sin concierto aparente. Las estaciones pasan hasta que una voz en off anuncia la nuestra. Nos apeamos, siguiendo el río humano que nos arrastra hasta la salida.

De nuevo, voces irreconocibles algunas veces; otras, no tanto. De lejos, nuestro oído capta alguna palabra que identificamos enseguida. Es un grupo de chicos españoles, probablemente Erasmus que de forma gregaria se dirigen a la salida como nosotros.

Ya fuera, el frío vuelve a recordarnos que estamos en Londres a unos 5 grados. No llueve, afortunadamente. Estamos abrigados y nada ni nadie nos parará. Nuestra primera parada es un típico mercadillo navideño, que por estas fechas llenan muchos rincones de la ciudad.

Mercadillos navideños

Puestos de ropa y regalos se mezclan con los tradicionales de comida para llevar. Las luces no dejan de asombrarnos pese a que aún es de día y no se aprecian en su justa medida. Un mensaje en una pizarra nos obliga a pararnos: «Auténtica paella».

Una cola de unas diez personas aguardaban con paciencia a «disfrutar» de una «auténtica paella»… Atónitos nos miramos sin poder evitar una sonrisa socarrona. A nuestro alrededor, nadie pareció percibir nuestro asombro mientras los platos de plástico desfilaban uno tras otro ante nuestras miradas perplejas.

Navidad comercial

El ambiente festivo lo inundaba todo. El cruce incesante de personas en ese escenario multicolor nos confirmaba la proximidad de una navidad marcada por su versión más comercial, pero también por la más tradicional, con árboles adornados de llamativas luces y Papas Noel dominando cada rincón.

De aquí, nos dirigimos al sempiterno Támesis tan presente. Por uno de sus numerosos puentes cruzamos al otro lado de la ciudad no sin antes fotografiar la obligada estampa del puente de Londres con la barcazas fondeadas en uno de los laterales del cauce.

Cumplida la tradicional fotografía, recorrimos uno de los márgenes del río. En los bajos de un centro comercial un grupo de chicos hacían malabares con su skates. Admirados por su destreza, inmortalizamos algunas de sus piruetas.

Justo enfrente una voz potente, rasgada, de soul, nos sorprendió. Un círculo de admiradores rodeaban a una joven que nos dejó con la boca abierta y que aún más creo un ambiente de ensueño. Los árboles engalanados con guirnaldas de colores eran el mejor atrezzo.

Continuará…