Viaje al pasado en los cortijos de La Sagra

Este es un viaje al pasado, a los recuerdos casi olvidados, a la añoranza… a nuestros orígenes. Dosenelcamino.blog hoy continúa la ruta iniciada en Huéscar para desde aquí dirigirse a los cortijos de la Sierra de La Sagra.
A pocos kilómetros del pueblo, en dirección a Pozo Alcón, nos sale al encuentro un camino rural de los que antaño utilizaban los moradores de los cortijos para bajar a la localidad y vender sus productos.
El estado de la pista es solo un espejismo de lo que nos esperaba, pero en esta primera etapa de nuestro recorrido las ganas de alcanzar el destino y el ánimo se mantienen altos .
Recorremos veredas y campos de almendros y olivos. Las explotaciones ganaderas salpican el paisaje a un lado y otro del camino. El cielo azul, límpido y claro augura una jornada idónea para perderse en estas tierras presididas por la Sierra de La Sagra y sus imponentes 2.383 metros (la segunda cima más alta de la mitad sur peninsular, solo superada por Sierra Nevada).
«Al andar se hace camino», decía el sempiterno Antonio Machado y en el que ahora nuestra memoria recala en este entorno agreste, donde el silencio solo es roto por aguas trasparentes que desde la montaña bajan por acequias de juncos hasta las zonas más bajas de la comarca.
Avanzamos contemplando el paisaje, sin prisas, con la esperanza de que el viaje nos lleve a un tiempo pasado, en el que hombre y naturaleza formaban un todo único.
El cruce de caminos nos obliga a desconfiar de nuestro destino. Sin embargo, el viajero empedernido siempre ha de dejarse llevar, en algún momento, por la improvisación.
Tomamos el primer desvío a la izquierda, no sin algún contratiempo superado con decisión y algo de temor, pero que nos llevó hasta las faldas de la gran montaña. Ahí, tras superar el zigzagueante camino nos esperaba un prado verde. La parada es obligada. Las espectaculares vistas permiten desentumecernos tras casi dos horas de camino.
La memoria, a veces, nos juega malas pasadas y nos impide ver la realidad. Los desvencijados restos de lo que antaño parecía ser uno de los muchos cortijos de la sierra nos confunden. Estamos, sin saberlo, ante el que era nuestro destino, pero la imagen de lo que fue y que en nada se parece a lo que teníamos delante nos hace errar.
Recuperamos la marcha, dejando atrás el cortijo Girón, o lo que quedaba de él. Volvemos a la pista forestal con mucha incertidumbre. Lo que hacía unas horas era entusiasmo se torna en frustración. Sin embargo, en una atalaya próxima, lo que parece a primera vista un corral, nos devuelve el ánimo y las ganas de continuar en nuestra empresa.

Nuestra parada en esta ocasión nos permite conversar con un lugareño que nos saca de nuestras dudas. Finalmente, sabemos dónde y cómo llegar al anhelado destino. Tras unas breves palabras y con el deseo de cumplir nuestro objetivo, retomamos la marcha para al cabo de una media hora regresar al cortijo Girón.
Esta vez sí, lo habíamos conseguido. La sensación del deseo cumplido nos inunda. Cual exploradores en una tierra innota, escudriñamos cada uno de los rincones de esta vetusta edificación, imagen distorsionada de lo que hace medio siglo era una próspera explotación agrícola y ganadera.
El niño de entonces no para de señalar y recordar. Ha vuelto a sus orígenes, en un viaje al pasado que todos recordaremos.
Ya no es lo que era, pero el cortijo Girón mantiene desde la atalaya en la que se encuentra un halo de majestuosidad venida a menos que nos atrae.
La mirada del antiguo morador se pierde en la lejanía, buscando el hierro al que aferrarse, aquel que le devuelva momentos felices cuando había familia, padre y madre, abuelos… Los ojos buscan lo que hace años les unió. Ese símbolo que en toda familia sirve de nexo con las generaciones posteriores.

De repente, la incertidumbre se convierte en algarabía, felicidad, orgullo y serenidad. Un imponente tilo, impertérrito al tiempo, es el motivo de tanto alborozo. Una mano nerviosa nos señala el camino. Aparece ante nosotros: majestuoso, robusto, esplendoroso. Es el lazo de unión que tanto anhelaba y al que se aferraba para no perderse entre los recuerdos.
Abrazado a su tronco quiere recuperar aquellos momentos felices entre olivos, cerales y ganado.
La foto de rigor se antoja necesaria. Posamos como los grandes exploradores ante lo que es nuestra enseña para que el futuro sea testigo de este momento.
El camino ha merecido la pena. Bienvenidos al pasado.