Castril, entre el río y el peñón

Imagen de Castril con la peña al fondo.

Dosenelcamino.blog sigue su singladura por la comarca de Huéscar para hacer parada en Castril. Un pequeño pueblo de apenas 2.000 habitantes que a la sombra de su peña recibe al visitante tras una serpenteante carretera.

El sinuoso recorrido esconde la maravillosa imagen de este municipio ligado a su río y a la sierra homónima, una formación geológica escarpada que impresiona al visitante neófito en montañas y macizos.

Pero antes de nuestra visita a Castril, dosenelcamino.blog hizo parada en Fátima, muy próximo a este núcleo y al que pertenece administrativamente. Punto de encuentro para amantes del senderismo y la cinegética.

Y es aquí donde el destino nos deparó una nueva sorpresa. Hizo la fortuna que salieran a la luz lazos familiares casi olvidados entre dos primos que apenas se recordaban.

Las viandas en una terraza soleada fueron el preludio del citado encuentro fortuito, asombrando a propios y extraños. Tras el almuerzo, la memoria hizo de nuevo de las suyas. Destinos diferentes les habían separado de niños, pero ahora, bajo la sombra de un emparrado a las faldas de la sierra, hablaron del pasado, de aquellos momentos de hermanos y tíos, de los que ya casi nadie queda.

El apodo con el que todo lugareño es conocido, en este caso, «el Moreno», fue la pista que nos llevó a enlazar las vidas separadas.

La alegría siguió a la sorpresa. Y a esta la añoranza de volver a encontrarse. Por un momento, el tiempo se paró. Éramos testigos de cómo el viaje iniciático por la comarca de Huéscar había unido a seres queridos.

Con la promesa de mantener el contacto que nunca debió desaparecer, dejamos el restaurante familiar Hogar el Pensionistas El Moreno, de Alfonso Galera. Su amabilidad y buenhacer nos conquistó. Habíamos estado un par de horas en Fátima, pero nos íbamos con la seguridad de haber ganado un amigo, un primo…

Retomamos la carretera A-326 en dirección a Castril. Apenas 14 minutos nos separaban de nuestro destino. La tarde, soleada, invitaba a seguir descubriendo paisajes.

Al salir de una curva, la imagen nos obligó a parar el coche en el arcén y disfrutar de lo que nuestros ojos contemplaban. No faltó la fotografía de rigor ni los comentarios elogiosos del peñón que teníamos ante nosotros. Las casas pegadas a la roca forman un núcleo de calles empinadas y paredes blancas que sorprenden al visitante en cada recoveco.

Dosenelcamino.blog se perdió cámara en mano hasta llegar a la base de la Peña del Sagrado Corazón y el mirador del Cantón, cuya visita, desgraciadamente, tuvimos que dejar para mejor ocasión.

Junto al acceso al mirador se encuentra la Oficina de Turismo en la que nos ofrecieron abundante información con rutas de senderismo, campings, hoteles y restaurantes de la zona.

Retomamos la ruta en dirección al río hasta alcanzar su pasarela. Una construcción de madera que bordeando el cauce del Castril parece desafiar las alturas.

Pasear por este bello paisaje, en silencio, solo con la compañía del rumor del río, nos impresiona. La luz, era atardecer, daba al entorno un halo casi mágico.

Pasarela del río Castril.

La ruta de la Cerrada del río Castril parte del propio núcleo urbano y en poco más de dos kilómetros brinda al viajero la posibilidad de disfrutar de un ecosistema fluvial de gran riqueza.

Merece la pena hacer parada en una antigua central eléctrica a la que se llega tras cruzar un puente colgante desde el que se puede retratar el cañón con unas inmejorables vistas.

El recorrido prosigue hasta otro puente que conduce a una galería -de casi setenta metros de longitud- excavada en la roca que culmina en un balcón natural desde el que el viajero puede contemplar el último tramo de la estrecha garganta del Castril y un salto de agua.

El camino nos lleva a un antiguo molino -que todavía conserva la maquinaria- y que reconvertido en restaurante sirve de inmejorable parada para un refrigerio. De aquí, entre bancales y cultivos propios de la zona, dosenelcamino.blog asciende hasta llegar a la Peña de Castril.

De regreso, Castril nos brinda una imagen más digna de elogio. Al anochecer, la peña nos ofrece ese característico color sepia de las rocas iluminadas. Una imagen inolvidable.

Dejamos el pueblo, pero con la promesa de volver. Y, sin duda, lo haremos.

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