Marrakech, la ciudad amurallada (I)

(Del 30 de noviembre al 2 de diciembre)

Sabíamos que el viaje a Marrakech iba a ser especial. Tras varios meses de preparación, por fin iniciábamos nuestra primera ruta por Marruecos, un país de contrastes que nos enamoró. Dosenelcamino.blog inicia con este post una serie de reportajes sobre nuestras experiencias en la ciudad amurallada.

Hay tantos viajes como viajeros. Las experiencias y sensaciones que cada uno puede experimentar difieren de las vividas por otras personas aunque hayan coincidido en los mismos lugares.

Son muchos los blog y las web que incluyen un sinfín de recomendaciones sobre qué visitar, cómo llegar, dónde hospedarse, dónde comer… Pero son los pequeños detalles los que, a menudo, hacen del viaje una experiencia inolvidable. Dosenelcamino.blog quiere ofrecerte esos consejos difíciles de encontrar que te ayudarán a huir de tópicos y estereotipos tan manidos como, a menudo, poco útiles.

Una breve introducción histórica nos permitirá conocer, aunque someramente, la importancia de esta ciudad imperial situada al oeste del reino de Marruecos. Fue fundada en 1062 por Yusuf ibn Tašufin, de la dinastía bereber de los almorávides. Desde entonces ha sido testigo del paso de los almohades, benimerines, jerifes

Una historia convulsa en la que también tuvieron protagonismo españoles, portugueses y franceses hasta su independencia en 1956. Una ciudad, Marrakech, conocida por sus palacios, jardines y su muralla. Restos de un pasado glorioso que se vio truncado al dejar paso a Rabat como capital del país.

Pero Marrakech es mucho más que su historia. Son sus gentes, sus aromas, sus zocos, sus contrastes, sus colores…

Es precisamente esa sensación de estar en otro mundo tan distinto al nuestro la primera impresión que nos impactó al bajar del avión. A apenas dos horas de vuelo desde València, Marrakech ofrece al viajero ávido de nuevas sensaciones una oportunidad única de vivir experiencias inolvidables.

Abiertos a un viaje iniciático, Dosenelcamino.blog llega a la ciudad amurallada de noche. Nada más bajar del avión, el calor se deja notar. La emoción nos embarga.

La salida del aeropuerto es el comienzo de una experiencia única y sorprendente. Pese a la hora, el revuelo de taxistas con carteles y de conductores privados en busca de turistas es abrumador. Tras un momento de incertidumbre, encontramos al nuestro que nos traslada a la primera Riad de las tres en las que nos hospedaremos en Marrakech.

El traslado desde el aeródromo hasta la ciudad es el preludio de lo que experimentaríamos después. El caos circulatorio es total, y lo que, en un primer momento, nos pareció casi una temeridad, luego se tornó en un rasgo más de esta ciudad y de sus gentes.

Nos percatamos de que estamos en una ciudad muy diferente a la nuestra. Coches y motocicletas se disputan la calzada en una guerra fratricida sin vencedores ni vencidos. Resulta sorprendente cómo los vehículos se cruzan ignorando las reglas básicas de circulación.

Pero esto es Marrakech. El viajero debe ser consciente de que visita una ciudad, un país, que transita entre la tradición y la modernidad de una forma muy peculiar.

El primer consejo de dosenelcaminoblog.es es mirar muy bien a ambos lados de la calle cuando nos dispongamos a cruzar. Y, sobre todo, en el zoco donde visitantes, motos y hasta carros comparten un mismo espacio angosto y, a menudo, sin espacio suficiente para moverse. Más adelante, detallaremos cómo nos fue en nuestra visita al zoco.

La llegada a la riad El Bellar fue más ajetreada de lo que hubiéramos imaginado. El entresijo de calles estrechas, inundadas de gente, nos sorprendió, pero la conmoción fue aún mayor cuando, por fin, cruzamos la puerta de entrada. El ruiodoso bullicio queda atrás para sumergirte en un ambiente sereno, tranquilo, donde el agua, las palmeras y las velas dan la bienvenida al visitante.

Está situada a 250 metros de la plaza Djemaa El Fna, a 400 metros de la Medina de Marrakech, a 400 metros del zoco de la Medina y a 5 km del aeropuerto de Marrakech-Menara.

Con una tradicional estructura presidida por el patio central, las habitaciones se sitúan en las plantas superiores. Su decoración traslada al visitante a un escenario de «Las mil y una noches». Con todos los servicios necesarios de una habitación moderna, pero con los detalles de una auténtica riad. Y, por supuesto, con wifi.

Una vez instalados, es obligada la visita a La Plaza de Jamaa el Fna, el verdadero corazón de la ciudad. Todo pasa por este lugar. Nuestra primera toma de contacto de este peculiar enclave se produjo ya de noche.

Los puestos de comida donde disfrutar del tradicional tajín, las paradas de frutas donde degustar un delicioso zumo elaborado al momento (recomendamos por propia experiencia el puesto 49. Zumos auténticos y elaborados al momento) y los tenderetes de todo tipo de productos forman este peculiar ecosistema, centro neurálgico de Marrakech.

Restaurantes y teterías circundan una plaza a rebosar de turistas de todas las nacionalidades. A cada paso, carta en mano, jóvenes atentos a cualquier viajero despistado asaltan al posible cliente en un regateo sinfín.

De regreso al hotel, resulta abrumador pasear en el entresijo de calles. Las primeras horas en la ciudad amurallada llegan a su fin. Es hora de reponer fuerzas para la siguiente jornada.

Si nos sorprendió la decoración de la habitación, el desayuno no fue para menos. Café, fruta, tostadas, frutos secos, fiambre, mantequilla, zumo… Empezábamos el día de la mejor manera posible.

Comenzamos nuestro segundo día en Marrakech donde terminó el primero: en la plaza de Jamaa el Fna. Por la mañana, todo cambia. Se transforma. Los puestos de venta de todo tipo proliferan. Todo se vende, todo se compra.

En el bullicio de sus calles, Marrakech también oculta un lado más oscuro. Jóvenes que intentan engañar al turista despistado con más o menos éxito. Hay que tener cuidado con ellos. Se ofrecen como guías improvisados para llevarte donde tú quieras de forma gratuita. La realidad no es esa. Al final te piden (exigen) una cantidad por un supuesto servicio altruista.

En nuestro caso, nos dirigieron al barrio de los curtidores, al norte de la Medina. Un entresijo de edificios y naves desvencijadas donde se trata las pieles como hace siglos. Un olor nauseabundo lo impregna todo. A la entrada, el «guardián» te guía entre una zona de pequeñas pozas donde se tratan los distintos tipos de piel para su posterior tinte. Para mitigar en lo posible el mal olor te ofrecen ramitas de hierbabuena. Un remedio casero, sinceramente, de poca o nada utilidad.

Una curiosidad. Al parecer, según nos contó el improvisado guía que nos acompañó durante la visita, se utilizan excrementos de paloma para ablandar la piel por su gran poder corrosivo.

De ahí nos dirigimos a una de las muchas tiendas donde el viajero puede comprar alguno de los numerosos productos de piel que se venden a bajo precio en Marrakech. La fabricación casera y las precarias condiciones de los trabajadores están detrás de por qué se venden carteras, bolsos, mochilas y alfombras muy por debajo de lo que nos encontraríamos en cualquier tienda española.

Tras reponer fuerzas, realizamos un recorrido guiado por la ciudad. Muy recomendable para conocer esos pequeños detalles y anécdotas que hacen más interesante el viaje.

Otra curiosidad. En Marrakech, hay un muro reservado para que las formaciones políticas peguen su propaganda electoral. No está permitida la pegada de carteles en cualquier otro punto de la ciudad.

La segunda jornada llegaba a su fin. Una cena a la luz de las velas en uno de los restaurantes próximos al riad nos permitió rememorar lo mucho vivido. El restaurante Chez Brahim es una excelente elección: buen precio, música en directo y el mejor tajín de los alrededores. Un lugar idóneo para terminar la velada. Muy recomendable.

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