Los secretos del Rivet, un bosque mágico
Visitar el paraje natural de El Rivet en Benassal es adentrarse en un mundo encantado y de ensueño. Un lugar mágico donde se para el tiempo, donde es un placer escuchar el martilleo del pico picapinos y contemplar la belleza de las orquídeas endémicas de la zona. Un enclave protegido desde 2005, de unas 16 hectáreas, que asombra a todos por sus impresionantes paisajes.
A tan solo hora y medio de València, por la CV-15, el amante de la naturaleza tiene una cita obligada en este robledal de gran valor ecológico, con ejemplares singulares de gran porte, entre los que se encuentran cuatro (dos robles valencianos, una carrasca y una hiedra) considerados monumentales.

El bosque del Rivet cuenta con una microrreserva que se puede visitar y cuyo recorrido está señalizado con cartelería con detalles de algunos ejemplares y una pequeña reseña.
A escasos tres kilómetros del municipio castellonense de Benassal, de unos mil habitantes, el visitante puede iniciar su particular periplo en la oficina de información de la que también parten visitas guiadas.
Una vez iniciado el itinerario, nos adentramos en los dominios del robledal y del quejigo, o roble valenciano, antaño abundante por todo el territorio y del que ahora quedan pocos ejemplares.
Seguimos una senda que nos guía por la microrreserva, de unas dos hectáreas, y desde la que podemos contemplar algunas de las carrascas majestuosas de gran tamaño que aquí se encuentran.
El cantar de los pájaros nos acompaña mientras no paramos de asombrarnos de la belleza del paisaje. Nos trasladamos a un mundo paralelo al de nuestra cotidianidad en el que, por un momento, si nos fijamos bien, podemos vislumbrar la sombra de un trasgo que se nos cruza.
Caminamos en lo que fue una dehesa cuando la trashumancia aún era una actividad frecuente en estas tierras del Alt Maestrat. Ahora, gracias a la protección que le otorga la acreditación de microrreserva, podemos disfrutar de endemismos como la violeta, la escabiosa mordida o las orquídeas Listera ovata y Dactylorhiza. Verdaderas joyas que con sus vivos colores adornan de manera ejemplar el lugar.
El paseo se antoja despacio, saboreando aquí y allá lo que la naturaleza nos ofrece con el propósito de guardar para siempre las imágenes inigualables de las que estamos disfrutando.
Riachuelos y manantiales salen a nuestro encuentro, mientras caemos en la tentación de abrazarnos al tronco inabarcable de un quejigo enorme y, a buen seguro, centenario.
Cerramos los ojos y escuchamos lo que desde su interior nos cuenta. Nos habla del zorro y del jabalí que por aquí andan en el silencio de la noche fría y húmeda propia del clima de montaña de la zona.
El recorrido llega a su fin, aunque son casi infinitos los recovecos por explorar en este rincón mágico de Castelló. Una experiencia única que enriquece el alma de todo aquel que tenga la suerte de visitarlo.